Los
primeros instrumentos musicales utilizados por el ser humano desde la Prehistoria
son los pertenecientes a la familia de la percusión. A través de distintos
vestigios arqueológicos, podemos observar como la percusión estaba incluida en
las actividades musicales populares.
En
la antigua Grecia, se utilizaron dos tipos de instrumentos, los idiófonos,
construidos con materiales duros como la madera o el metal, y los
membranófonos, que contaban con membranas o parches.
Del primer grupo destacan
dos tipos de platillos, los krótalos
y los címbalos, empleados en los actos teatrales, y el sistro, una especie de sonajero. De los membranófonos, hay que citar al týmpanon,
un tambor que se asemeja a lo que hoy conocemos como pandero.
Con la conquista de Constantinopla por los
turcos en 1433, se extiende el uso de los triángulos, címbalos y tambores por toda Europa. A partir de este
momento, la historia de los instrumentos de percusión se
desarrolla en el viejo continente desde dos puntos de vista: los instrumentos
populares y los orquestales.
En el ámbito popular, la evolución estaría marcada fundamentalmente por
las características propias de la cultura y costumbres de cada zona geográfica.
En
la música orquestal, los instrumentos
de percusión fueron usados en el siglo XVIII para insinuar lugares concretos,
apareciendo a finales del siglo XIX la Escuela Impresionista a la que se incorporaron Debussy y Ravel, que junto a
Rimsky-Korsakov, abrieron paso a la percusión moderna. Ya en el siglo XX, la
sección de percusión fue tomando importancia hacia la individualización instrumental
y un desarrollo estructural más complejo, tal y como se puede observar en la
obra de compositores como Edgard Varesse, Béla Bartók, Paul Creston y Erik Satie.